Por: Jaqueline Muñoz

Volviendo a lo esencial

Estamos más conectados que nunca tecnológicamente con el mundo y con la mayor cantidad de conocimiento disponible en nuestros dispositivos móviles y a la vez más desconectados de quienes somos, de nuestros seres cercanos, de nuestro hogar, el planeta Tierra. 

Es cierto que el mundo ha venido cambiando a una velocidad vertiginosa en las últimas décadas, demostrándonos la inmensa capacidad de lograr avances tecnológicos, la creación de ciudades de proporciones inmensas, llegando a un alcance en los medios de comunicación inimaginables, a la vez que esa inmediatez nos ha llevado a un nivel de consumo excesivo de los recursos disponibles y no disponibles, hemos olvidado cuál es el origen de los alimentos, o cuándo es temporada de cosecha porque tenemos toneladas disponibles en los grandes almacenes que superan la demanda de consumo humano y terminan en la basura, matamos más animales que nunca para “alimentarnos” pero en realidad gran parte se quedan en los refrigeradores… vivimos en un extremo del mínimo esfuerzo por la disponibilidad de lo que sea que se nos ocurra, cualquier servicio, producto, alimento, o bien intangible, al alcance de un clic en el dispositivo móvil de nuestra preferencia, porque además contamos con más teléfonos celulares que población, y sabemos que millones de mexicanos que viven en pobreza extrema no tienen uno, quiere decir que hay personas que cuentan con 3 celulares para diferentes usos o ámbitos de su vida.

Así es como nos sorprendió esta pandemia, en una vida acelerada, saturada del hacer sin conexión y sin sentido, por el puro hecho de sentirnos ocupados, como si tener muchas cosas que hacer nos hiciera sentir más importantes.

Así, desconectados de lo verdaderamente importante, enajenados tecnológicamente, con identidades virtuales que distan mucho de la realidad, más ahora con avatares que ni reflejan las características que otorgan la belleza única de cada ser y que esconden debajo de la foto perfecta o la actitud divertida de un video, una identidad privada llena de ansiedad, depresión, resentimiento y desolación.

 

Esta pandemia nos llevo a tocar un espacio poco habitado o por lo menos poco popular llamado “vulnerabilidad”, donde hasta el más simple y cotidiano gesto de cordialidad como saludar al vecino, al compañero de trabajo, al amigo, a tu propia familia, o a tu jefe, resultan un riesgo de perder la salud y hasta la vida, propia o de seres queridos.

Y de pronto nos encontramos encerrados en casa, sin poder ir a los centros comerciales a comprar cosas por el placer de estrenar el vigésimo par de zapatos de temporada, sin poder distraer la mente en el casino, en el cine o los bares al encuentro de amigos, sin poder ir a museos, conciertos, parques, o playas; de pronto nos encontramos que el viaje más largo es de la recámara al patio a sacar la basura, nos encontramos con que la rutina que nos daba certeza había desaparecido, lo conocido, lo habitual no están más y que el trabajo también podría desaparecer, o que podrías seguir siendo empleado por contrato pero sin goce de sueldo, y para los emprendedores de pronto sus negocios tuvieron que ser cerrados, sus proyectos cancelados, súbitamente la vida entro en una pausa para gran parte de la población mundial.

Algunos han elegido enojarse, quejarse invertir su energía en levantar la voz del resentimiento para exigir que las cosas sean diferentes. Otros se han sumergido en el pánico de la posibilidad de perder la vida, el trabajo o seres queridos, otros se sienten ansiosos, viendo las noticias esperando el banderazo de salida para volver a su rutina. Algunos se han ido adaptando a tropiezos y sombrerazos a trabajar, estudiar, divertirse y convivir en ocasiones más forzados que por voluntad, con toda la familia en casa; algunos otros están reencontrándose con la pareja que ya no conocían o con los hijos que veían solo dormidos al salir al trabajo o regresar de él. Para algunos otros simplemente no hay alternativa, es salir a buscar el pan de cada día o morir de hambre, o salir a ejercer su vocación o profesión al servicio de instituciones de salud.

Sin embargo, otros han aprendido a disfrutar la vida a un ritmo más pausado, siendo resilientes, adaptándose a las circunstancias, comprando desde casa lo indispensable o a veces lo impensable, aprendiendo a usar el cubre bocas, capitalizando la oportunidad, ofreciendo lo que hoy se requiere de productos de higiene, mensajería, medicamentos, seguros de gastos médicos por si a caso, incluso las compañías grandes de mensajería reportan un crecimiento de más del 40% en ingresos y han creado cientos de empleos para cubrir su demanda, y qué decir de las aplicaciones digitales para comunicarse, vender y mantenerse conectado con el mundo.

De la noche a la mañana el juego de la vida cambió de escenario, como en una película de aventura, con nuevos desafíos a cada paso que ponen en peligro la vida, incluso para quienes han tenido que seguir trabajando, cada día es un triunfo si logran sobrevivir, descansar en una cama tibia.

El juego de la vida cambio por tanto, las reglas cambiaron, la forma de ganar el juego dejo de ser quien tenga más ceros en su número de cuenta, más autos de lujo, o bienes raíces en lugares paradisiacos; el juego ahora se gana cada día si logras ir a dormir en calma, los enemigos del juego y los aliados del juego para ganarlo también cambiaron, y cada uno de nosotros se encuentra todos los días ante la disyuntiva de rendirse o seguir adelante, de cancelar sus sueños o rediseñarlos, de seguir instalado en hábitos que consumen su energía o reinventarse y nutrirse de personas, emociones, labores creativas que le conecten con el alma. que disfrutar de una comida sencilla en familia ahora puede ser una celebración de la vida

Como dicen por ahí, estamos en el mismo mar, pero cada uno en un barco diferente, y mientras algunos van en un bote sin remos tratando de navegar la incertidumbre de la pandemia, otros han sacado la tabla de surf para tomar vuelo y gozar las olas más altas. Mientras unos lamentan no poder salir a matar animales en cacerías o corridas, otros celebran que los animales pasean libres sin la presencia humana que los ponga en peligro. Mientras unos gozan la posibilidad de trabajar desde casa y coquetean con la idea de nunca volver, otros ya no pueden sostener el encierro y desean volver a lo conocido, lo habitual.

Algo que escucho de las personas en este periodo es que están encontrándose consigo mismos, con sus parejas, con sus hijos, con lo esencial en la vida, y descubren que mucho de lo que poseen está de más, la colección de autos de lujo parados en el garaje, los vestidos de fiesta y tacones altos en el clóset, que realmente no lo necesitan para sentirse felices, que lo esencial ya estaba ahí y no habían tenido tiempo para apreciado, que hacía falta esta pausa obligada para darse cuenta que lo tienen todo, que no hay nada más que pedir a la vida, que un simple juego de mesa en familia puede resolver conflictos guardados por años, o que cocinar juntos los une más que lucir como la pareja del año en las fiestas o fotos de Facebook, que reír a carcajadas por las cosas simples que ocurren en la convivencia de 24 horas los 7 días de la semana llena el alma más que las experiencias extremas de adrenalina en un parque de diversiones o parrandas nocturnas.

Sea cual sea el barco en el que estás navegando esta situación, la única certeza que todos tenemos es que no volveremos al mismo lugar, no existe una “normalidad” como algunos la llaman a la cual volver, el mundo no volverá a ser igual y no volveremos a verlo igual y eso puede ser visto como una tragedia o como un renacimiento, la oportunidad de reinventarte, del elegir cómo vivir la vida.

Cada uno de nosotros tiene la posibilidad de elegir qué historia quiere contarse a sí mismo y a sus predecesores de lo que ha sido este 2020, un episodio donde el mundo se detuvo para… y cada uno de nosotros podrá elegir los ojos con los que lo quiere contar, y no está mal si algunos días lo ves como una tragedia griega, otros como una comedia renacentista, y otros como una pausa de eterno aburrimiento, o incluso como la oportunidad de conectar con tu propósito en la vida, como la pausa que necesitabas para aprender aquella virtud, habilidad o talento que habías guardado para cuando tuvieras tiempo.

Con esto, no sugiero que cambies los viajes o nunca vuelvas a darte una vida de lujos, esto es solo una invitación a conectar con lo esencial para vivir una vida plena, satisfecha y completa.

¿En qué estás tú? ¿has descubierto qué es lo esencial para ti? ¿qué te hace sentir feliz? ¿Qué te hace falta para vivir plenamente cada día y decir, no necesito nada más?

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